Colección: NOVENO VESTIGIO
Al entrar en el siguiente avatar de nuestro pueblo tengo que elevar el espíritu, hacer mis abluciones y encumbrar la mirada por encima de los árboles del parque porque voy a hablar del personaje más entrañable y querido, más recto, más honrado y más fiel y leal que haya tenido jamás este Valle en que el destino nos ha colocado, gracias a la Providencia. Me refiero a Don Ruy (Rodrigo) Fernández de Valdornia, finales del siglo XII y comienzos del siglo XIII (murió en 1252).
Según he leído, vino al mundo precisamente en el castillo de Palacios de la Valduerna por lo que se supone de una familia noble y cercana a la familia real. Ignoramos datos de su infancia y juventud, pero dados su amor y apego a nuestra tierra, mostrado con insistencia por encima de los múltiples honores que recibió, bien podemos sospechar que fue muy feliz y dichosa. Contrajo matrimonio con Teresa Froilaz, nieta del conde Ramiro e hija de Froila Ramirez, antecesor de D. Rodrigo en la tenencia de Astorga.
A lo largo de su vida desempeñó el señorío de numerosos territorios en el reinado de Alfonso IX a quien nuestro D. Ruy acompañó en sus diversas conquistas. Supo granjearse la confianza del rey y entre los años 1227 y 1230 (año en que murió el rey Alfonso) alcanzó el grado supremo en la corte de “alférez real”. En la última campaña que hizo D. Ruy con el rey Alfonso conquistaron Mérida, Montánchez, Badajoz y Elvás. En el año 1230 muere el rey Alfonso IX y, en su calidad de alférez real, D. Ruy cumplió su deseo de ser enterrado en Compostela y al volver de hacer esta encomienda, D. Rodrigo se encontró León sitiado por las tropas de Fernando III, hijo de Alfonso y de la primera mujer del rey, que disputaba la corona con sus hermanas Sancha y Dulce. Es más, su propio feudo de Astorga, le había cerrado las puertas por orden del obispo Nuño, partidario de Fernando III, que se había atrincherado tras sus murallas.
Don Rodrigo, como fiel servidor, quería que se cumpliera el testamento de su señor que había distribuido el reino entre sus hijos (un hijo y dos hijas) pero de madres distintas. En este cirio de sucesión había intervenido hasta el Papa pues el rey Alfonso y Teresa, su primera mujer, eran primos, y el papa anuló el matrimonio y excluyó de la filiación legal a Fernando, hijo de Alfonso y Teresa. El rey se casó, de nuevo, y tuvo dos hijas, las citadas Sancha y Dulce. Aunque la iglesia se proponía desheredar a Fernando, su padre lo mantuvo como parte de la herencia. Fernando, por su parte, se quería quedar con todo. Y, en medio, nuestro bueno D. Rodrigo Fernández. Para terminar este episodio diré que las partes llegaron a un acuerdo (pactos de Benavente) que tuvo gran repercusión en la conquista de Andalucía y Fernando fue rey compensando a sus hermanas con generosas pensiones. Pero, ¿qué pasó con el bueno y fiel de D. Ruy? Aunque no fue castigado por Fernando III, por la defensa que hizo del derecho de las infantas, lo cierto es que ya no tuvo, en el tiempo que vivió hasta su muerte en 1252, un puesto de relieve en la corte. Pero siguió ostentando la tenencia del Valle del Ornia y una parte de su tiempo lo dedicó a la más humilde de todas sus tenencias en Villoria, en la ribera del Órbigo. Durante toda su vida, sin embargo, siguió utilizando su apellido de Valdornia, al que tenía especial apego, que encabezaba la villa donde había nacido: Palacios de la Valduerna. ¿A qué se dedicó este gran hombre esa veintena de años, qué hizo D. Ruy? No lo sabemos… o quizás sí.